El gran pueblo de Han

Hice tiempo, entre pitos y flautas. Eché tierra de por medio, casi un continente entero. Despegué los pies de la tierra y volé durante un día, atravesando su noche sobre tierras invisibles y grandiosas, para dar de cabeza entre completos extraños. Me salí de mí y me llené de fuera, de nieve y de frío, de incomprensión y fascinación. Me acoté en pequeños espacios, reduje mi ser para partir de cero, para completarme de nuevo. Lo importante es que estaba convencida.

El frío atenazaba y el paso de los días se convirtió en remolino imparable. Todo era miscelánea de colores, todo un torbellino de tinta negra perfecta, todo se tornaba duro y diferente, una y otra vez.

Las ganas y fuerzas escaseaban, pero las oportunidades no cesaban. Era un continuo recomprender que llegó a empañar lo que fui, y quise, quizás, hacer fortaleza dónde ya no había tierra, en lo colindante a mis pies. El sueño bramaba en las noches húmedas, en las noches que tocaban a su fin. Las emociones se replegaban para volver por el viejo cauce, pero queriendo surqué un cauce que no podía soportar. Me despojaron contra voluntad de muchas cosas y no era capaz de atisbar vago sentimiento reconfortante.

Resurgí poco a poco de los completos extraños, recorrí de nuevo las tierras oscuras, volé de día a día, recogí el continente que puse de por medio y el tiempo pareció que quedase suspendido en un paréntesis imaginario.

Es hora de despensar lo pensado para recomponerse con las nuevas piezas y encontrar un nuevo sentido a todo este sueño que fue realidad.

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