Nada es insignificante_II

Una tarde al salir del trabajo, el cielo amenazaba lluvia. Viendo que se mojaría esperó al autobús. El paraguas era un objeto que cuando se lleva encima no llueve, incluso sale el sol, y cuando no se lleva encima cae el chaparrón como el que le estaba cayendo a Alex en ese momento. La parada no tenía marquesina y el techado más próximo estaba lo suficientemente lejos para cuando llegara el autobús y no parase al ver a alguien detrás corriendo. Decididamente, se quedaría hecho una sopa. Para más inri, llevaba clavado cuarenta y cinco minutos. A la hora y media, resolvió volver andando, total, un resfriado tocaba como mínimo. A los quinientos metros una ola lo cubrió entero, el “maldito autobús” acababa de pasar y para más mofa había hecho otra de las suyas. Alex se empezaba a preocupar, pensando qué había hecho mal para que no tuviera un poquito de suerte. Se santiguó dos veces lentamente y apretó el paso
Al día siguiente relucía un sol asfixiante y en la mano de Alex brotó un hermoso pañuelo blanco-verdoso. Ahí estaba él, con su resfriado y su dolor de todo. Era viernes, gracias a lo que fuera, descansaría el fin de semana. Pero le daba la corazonada que los contratiempos no acabarían ahí. Intentó perturbar lo menos posible la voluntad de los objetos pero fue irremediable. Tuvo una visita que ni se imaginaba. Hacía años que no la veía, desde que él se marchó de casa para vivir su vida.
Abrió la puerta y se la encontró con los brazos abiertos y una amplia sonrisa gritando: —¡Aaaaaleeeex!
—¡Hola Ana! ¡Hermana! ¡Qué sorpresa! ¿Qué se ha perdido por aquí?
Ana arrugó la cara: —Siempre tan emotivo hermano...— Alex sonrió con sorna.
Su hermana Ana era la antítesis a él. La espontaneidad que esta desbordaba daba muchos quebraderos de cabeza a Alex y tenía comprobado que donde estuviese ella algo podía ir peor: —Pasa. ¿Qué te trae por aquí?
—Pues he venido expresamente a hacerte una visita y a...—Ana dejó el suspense en el aire y Alex se estremeció: — ... y si me acogías por un tiempo. Estoy buscando trabajo.
—¡Ah, vaya!— Alex no se lo pensó mucho y rápidamente respondió: —Claro, puedes quedarte. Te prepararé el trastero.— Ana se quedó perpleja “¿el trastero?”: —Gracias hermano, supongo...
Alex pensó que tal vez ya no fuera tan gafe y quería comprobarlo, por eso le dio esa oportunidad.

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