Niebla, de ínfimos vahos en ojos saltarines de negro en negro, enmarcados en la misma ventana durante trece horas y treinta y cuatro minutos, mientras pupilas dilatadas en el sueño profundo del recuerdo, zozobran el pensamiento dado a destiempo. Aromas, de infinitas sutilezas, rancias notas, manidas personas, respiro, absorbo, destilo sentimientos planchados y guardados, acaso ya apolillados por polillas de rojas y grandes alas agrietadas, rotas por fin, interrumpidas por el parpadeo monótono en el profundo cristal. Lenguas, que quisieran salir corriendo de la oscura y húmeda caverna afilada, buscan otras lenguas en la misma situación, presas entre barrotes blancos, a veces sucios a veces rotos, pero no escapan, se tensan a lo largo de su ser con sus papilas abiertas al aliento, rebotando al paso del aire modulado. Reverberación muda, se torna aburrido, áspero, callado y pausado, dormido, chillando hacia adentro, igual, indiferente, ausente a los demás, tanto para todos nada para sí. Y