A veces desearía que la tierra realmente me tragase y no me escupiese nunca. Devorara mis huesos y me arrastrara por sus estrechas gargantas, me desintegrara y me digiriera en su jugo de fuego para hacer florecer los más bellos sentimientos ajenos. A veces lo deseo.
La textura pesada en el paladar, una bomba dulce que se deshace a lo largo de la lengua. Una música que pone banda a una historia que sólo acaba de empezar a ser leída. Una ciudad por remodelar tras la ventana. Conocer en una ráfaga de movimiento. Uno o dos segundos quizás. Tres como mucho. amor a un sólo vistazo. Conversaciones tan íntimas que no llegan a ser escuchadas por una misma. Está en todas partes, ¿por qué tenemos miedo a acotarnos? Nunca es tarde para aprender a mirar, de eso me he dado cuenta.
A la mañana siguiente, Alex se encontraba de pie, paralizado frente al salón, con los ojos y la boca en una mueca de incertidumbre. La irritación le iba haciendo cosquillas en el cogote y las cejas se le fruncían. Cogía aire y en su garganta aparecía un nombre: —¡Anaaaaaaaaaa!— gritó con furia—¡Qué es todo esto! Ana salió rápidamente del trastero: —¿Qué pasa qué pasa? —¡Qué es todo este desorden! —Nada Alex, estaba haciendo sitio... —¿Sitio para qué?¿No ves cómo lo has puesto todo? El salón estaba lleno de cajas y trastos. Un completo desorden para Alex, una traición a todos esos objetos que los sentía clamarle que los devolviera a su sitio. A Ana en el fondo le hacía gracia la excentricidad de su hermano. Alex no podía hacer una cosa con ella sin que se irritase. Para él Ana todo lo hacía mal, todo lo ponía descolocado. Todo era un desastre. El lunes volvió al trabajo. Ese día se levantó dando un pisotón al suelo con el pie derecho, salió de su casa dando otro pisotón y...
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