Astillas

Sentada, con las manos colindantes a una taza de té, blanco y ardiente. Vierto sobre el agua expectante una mirada intimidatoria, que la hace ruborizarse y casi retroceder, volviéndose amarillenta. Vierto a su vez un pensamiento aquejado por las torsiones complejas a las que lo someto de continuo. Me siento con la piel astillada de los roces forzosos, el corazón agrietado en los suburbios inexplorables, con dolores de ideas banales. Suspiro, sobre el calor del agua aprovechando para de paso enfriarla.

Vierto, ahora, una advertencia amenazadora, esperando una respuesta que me satisfaga, o al menos me distienda los sentidos y el cuerpo. Por un momento, por un instante. El cansancio se acumula y siento que no hay forma de respirar. Los pulmones se agarrotan y el pecho no se expande más allá de los músculos encajados.

La puerta de la que me hablabas está atrancada, sólo consigo asomar la mano putrefacta congelada en el tiempo de la ansiada espera, como testigo de una posible señal de vida.

Los ojos se me irritan, no puedo evitar sentir que te echo de menos teniéndote en los pensamientos sin descanso; éstos a su vez, me torturan con la posibilidad de que un día me harán sufrir más, me distorsionan el sentimiento y me hacen imaginar pesares inoportunos. Consiguen que no disfruten de una taza de té en tu mejor compañía...

Me descascarillo, y me convierto en un ser tan débil como ésta indecente taza humeante, cuyo sabor es amargo, con su calor tal vez relajante, pero que hay que aprender a saborearlo. Me astillo, mi cuerpo se reblandece, los tendones se destensan y los huesos se me caen. La piel se disuelve, el corazón ennegrece y el pensamiento desvanece. Me quedo en lo que soy.

Esta vez el té me sentó mal, lo dejé a la mitad, con la tetera a medio vaciar. Intuyo que no veo otra vez el fondo de las cosas, me pierdo en improperios imaginativos de mala fe. Y llega un momento en el que me doy por vencida, en el que no puedo beber más, en el que me canso... y vuelvo a suspirar en una taza vacía, ya fría.

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