Trayecto corto

Caras arrugadas en cristales vacíos. Mis ojos se mueven rápidos, huidizos, escurridizos, zigzagueando entre los ojos adosados a cuerpos inertes en la inercia del traqueteo. Hago como que miro... más allá de las lunas auxiliadoras, que muestran un paisaje movedizo, casi mortalmente absorbente, nocturno y moribundo. El aire se enreda de alientos ajenos, olores que no excitan las feromonas, perfumes que asfixian. Una pequeña humanidad se condensa, a veces se enlata, adoptando formas geométricas contra natura. Pero afortunadamente, hoy no es así; aún corre aire entre las carnes. Miro de soslayo una cara vieja que se postra de pie a mi lado. Me incomodo. Decido observarla en el reflejo sombrío de la ventanilla. No tiene tantas arrugas como me pareció, pero su rostro de cuencas oscuras se me antoja como un animal herido, un animal de garras desafiladas, de un instinto menguado del que sólo queda la mirada rencorosa, desafiante y cansada.

Observo en la calle otro hombre que mira a un joven que pasa; el hombre lo sigue con la mirada fija cual animal mirase a la presa que ya se escapó. Observo ahora mi rostro ensombrecido por el contraste de las luces y siento un desasosiego que está aceptado desde el principio. Me convertiré también en un animal viejo, que añorará la piel prieta, que mirará con melancolía la inmutabilidad del tiempo.

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