A veces desearía que la tierra realmente me tragase y no me escupiese nunca. Devorara mis huesos y me arrastrara por sus estrechas gargantas, me desintegrara y me digiriera en su jugo de fuego para hacer florecer los más bellos sentimientos ajenos. A veces lo deseo.
La textura pesada en el paladar, una bomba dulce que se deshace a lo largo de la lengua. Una música que pone banda a una historia que sólo acaba de empezar a ser leída. Una ciudad por remodelar tras la ventana. Conocer en una ráfaga de movimiento. Uno o dos segundos quizás. Tres como mucho. amor a un sólo vistazo. Conversaciones tan íntimas que no llegan a ser escuchadas por una misma. Está en todas partes, ¿por qué tenemos miedo a acotarnos? Nunca es tarde para aprender a mirar, de eso me he dado cuenta.
Me fundí en lo indescifrable, en el perdón, en la paz, en los te quiero, en el cuidado, en las sonrisas. U na sinceridad que quemaba la piel y me liberaba. No sentía el más mínimo rencor. Vivir con esa carga no me iba a hacer llegar muy lejos. Aprendí, y solo voy a decir que aprehendí, el valor real de esa palabra, que me grabé a fuego todas las enseñanzas en mis valores y me hace ser mejor persona hoy, despierta. Por alguna extraña razón, lo que sea nos puso en la vida de la otra. No creo en las coincidencias azarosas, aunque a veces no les encuentre el sentido. Pero, después de tantos años, con éste abrazo lo veo claro. Gracias por despertarme.
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