moscas carnívoras

Es un mediodía prematuro de primavera. El sol calienta la piel, una piel bajo la que corre la sangre espesa llevando sentidos aletargados, adormecidos por el silencio de las voces; algunos escondidos supuran la bilis que rompe costra a costra hasta nunca llegar a sanar. Otros pasan desapercibidos.
Sentido es lo que falta a veces en las palabras que construyen un momento, una esencia para un recuerdo. A veces las palabras mueren sin ser oídas, otras los pensamientos no nacen al ser abortados por prejuicios infundados.

¿Y a quién le importa eso?


Dejamos que el sentido se coagule, que la piel no se mueva y nos atoramos de credenciales calamitosas. Nos bufamos de los sueños en pos de verdades impropias. Y luego lloramos por todo aquello que deseamos y por todas las vicisitudes que nos abaten una y otra vez. Por todo en lo que confiamos, por aquello que no queremos querer.

Nos petrificamos, nos odiamos, nos dejamos que las moscas nos devoren cuando ya no nos queden ilusiones.


Y entonces, seremos realmente felices.


El cielo es cada vez más azul y aún con dispersas nubes gruesas el sol calienta agradablemente.

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